Ella lanzaba chinas al vacío sin pensar en nada.
Él contaba como alguna vez se había comido los riñones de su gato por una cuestión familiar.
No se miraban pero los dos sonreían.
Una china rozó el borde y decidieron asomarse.
Abajo sólo escombros, ratas pudriéndose y un montón de arañas tejiendo un telar.
Ella se quitó las piernas y decidió saltar.
Una galleta de color rojo había crecido entre la cerámica.